¿Tener coraje para educar? Parece exagerado. Sin embargo, los educadores lo necesitamos.
“Coraje” es lo opuesto a descorazonado (proviene de “cor”, corazón); por ello, tener coraje es esforzarse de corazón por algo.
No posee coraje la persona pusilánime, porque hay que ser valientes primero “para afrontar la verdad de lo que somos, hacer los mayores esfuerzos para enmendar nuestro camino, restaurar lo que se ha quebrado y vernos a nosotros mismos con honestidad”, dice la filósofa Rosalía Moros (2020).
Hay que tener coraje para llevar a cabo un proyecto de vida, para cumplir una misión, para desempeñar una función, para decir lo que hay que decir, para hacer lo que hay que hacer, y para hacer bien las cosas.
De la convicción en lo que se cree y se quiere; de lo que se percibe como un bien; y también de la confianza en sí mismo.
El coraje bien entendido, va de la mano de la prudencia y de la fortaleza, no se trata de bravuconadas. Prudencia para prever consecuencias y discernir la manera más adecuada de actuar; y fortaleza para superar el miedo, resistir embates, y perseverar.
El coraje no se improvisa, implica un ejercicio de la inteligencia para discernir el bien debido y posible; y de la voluntad para vencer obstáculos, a veces internos (como el temor a la crítica) o externos (el miedo a un peligro o amenaza concreta); así se adquiere capacidad para enfrentar la adversidad.
Para dar lo mejor de sí en su tarea cotidiana, para tratar con las actuales infancias y adolescencias y sus problemáticas, para enfrentar situaciones difíciles dentro y fuera del aula; para actuar correctamente pese a actitudes de desvalorización, y posibles riesgos.
Lo opuesto es el docente sin conciencia de para qué está donde está, cuál es en realidad su misión y su función; el que no motiva a sus alumnos, solo “transmite”; el indiferente a la persona del alumno, que no ve, no escucha, no se da cuenta del malestar o preocupación del alumno; el que no cree en lo que hace; o quien deja hacer y deja pasar… como si…
Es verdad que el docente se siente a veces sobrepasado o desanimado por la realidad en la que le toca actuar; es cierto que la burocracia, el papeleo, y otras cosas del sistema desalientan, desgastan; por eso necesita tener coraje:
para no caer en la rutina ni excusarse en la queja,
para traccionar hacia adelante y hacia arriba pese a las circunstancias,
para mantener la ilusión y el empeño en lo que sí podemos hacer en ese precioso tiempo que tenemos “cara a cara” con los alumnos.
¡Felices los docentes corajudos, que se esfuerzan de corazón por lo que hacen en el día a día; ellos podrán ver el fruto de su esfuerzo y disfrutar la alegría de educar!
Moros, R (2020). El coraje, una razón del corazón. Diario digital "Analítica". https://www.analitica.com/opinion/el-coraje-una-razon-del-corazon/
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