Los adolescentes y jóvenes de hoy son muy diferentes a los de anteriores generaciones, su modo de socializar preferentemente es por medio de las redes, su sentido de pertenencia es a los grupos, sus referentes suelen ser los “influencers”; tienen otra mirada sobre el mundo y sus problemas, su escala de valores también es diferente, se paran de otra manera en la vida. La identidad de los jóvenes de hoy está fuertemente influída por su relación con las redes sociales que afecta su manera de relacionarse con los demás.
Se constata que muchos padecen ansiedad, estrés, mayor soledad, incluso depresión y ausencia de sentido de la vida. Acusan necesidad de afecto y confianza, de vínculos afectivos estables y de control de sus emociones, también necesitan relaciones sociales más estables y ser orientados en varios aspectos para desarrollar su propia identidad y autoestima, actuar de forma autónoma y responsable y encontrar sentido a la vida.
Necesitan de su familia, ser escuchados, aceptados, bien tratados, valorados, MIRADOS (no escucharlos mientras vemos el celular); sentir apoyo, protección, guía, contención y límites; ser formados en valores, recibir amor de padre y madre, aunque no vivan juntos. Expertos señalan la necesidad de favorecer en ellos una construcción mental positiva de las relaciones de apego y amistad, del mundo, de las personas, de amor por la vida, de cooperación y solidaridad. Incorporar o reforzar algunos valores como deseo de paz y rechazo a la violencia, cuidado de sí, de los otros, del hábitat y de la buena convivencia.
Los jóvenes de hoy tienen otra manera de percepción y de razonamiento, pertenecen a la “cultura de la pantalla”; y su modo de relacionarse afecta también su manera de aprender, pues hoy que el conocimiento está disponible en todo tiempo y lugar, deben aprender a adquirir saberes y construir conocimientos.
¿Cuánto tiene que ver la escuela con esa realidad? Parece que el problema es que “El mundo (y los jóvenes) ha cambiado y la educación básicamente sigue siendo la misma” (Eduardo Punset).
La escuela tiene sus desafíos: ¿Cómo alentar el sentido crítico en la apropiación de contenidos de aprendizaje? ¿Cómo favorecer el cuestionamiento y la reflexión ética (el ser sobre el tener, la búsqueda del bien personal y del bien común)? ¿Cómo impulsar la creatividad? ¿Y las competencias comunicativas (hablar, escuchar, dialogar, discutir, argumentar)? ¿Sólo es cuestión de técnicas y metodologías? Necesitan de la escuela no sólo oportunidades para aprender, desarrollar capacidades y adquirir competencias disciplinares, sino el aprender a ser, a pensar, a convivir.
La pandemia de COVID-19 y sus restricciones nos mostró que los adolescentes y jóvenes extrañaron la escuela como espacio de socialización, de convivencia cotidiana con los pares, y la presencia del docente. ¿Hemos descifrado el mensaje?
No cabe duda que los adolescentes y jóvenes de hoy necesitan una escuela abierta, que oriente, estimule y contenga; que concientice en la igual dignidad de todos, sus derechos y sus obligaciones; que incluya e integre sin discriminaciones ni prejuicios y sin disonancias axiológicas con la familia, en una relación sinérgica con ella. Ellos lo necesitan y esperan.
Cuanto decepciona ver personas desempeñar su trabajo amargadas, resignadas o “porque no queda otra”. Y como reconforta ver a quienes realizan tareas quizá tediosas disfrutando lo que hacen. Generalmente quienes trabajan en lo que eligieron, son felices en lo que hacen, lo hacen bien y desarrollan un dinamismo interior capaz de generar procesos, situaciones y relaciones enriquecedoras. La alegría les brota de adentro... (ver más)