La tridimensión temporal es sólo humana: un pasado a las espaldas, un presente en el que se camina y un futuro que se anhela. Siempre pensamos el futuro mejor que el presente, o al menos así lo deseamos; y por eso tal vez postergamos en el presente tantas cosas y las dejamos para el futuro.
Nos equivocamos. El tiempo sigue veloz comiéndose la vida, por eso es Cronos que devora a sus hijos, en la mitología griega. Está bien desde lo gramatical la división del tiempo en pasado, presente, futuro, perfectos o imperfectos; pero no para vivir el tiempo. La existencia danza en el escenario tridimensional del tiempo.
El futuro es HOY. El abrazo que das, la palabra que ilumina, la mirada que contiene, es hoy. Hoy es la oportunidad de vivir y hacer lo que nos plenifica en nuestra condición humana. Hoy es el kairós.
A Kairós se lo representa como un joven con gran jopo y nuca pelada, con pies alados y una balanza desequilibrada en la mano izquierda. Kairós es el “momento oportuno”; por eso si uno no lo toma cuando aparece, una vez que pasa, no se puede asir; y pasa rápido (de ahí los pies alados), cuando queremos acordar el momento oportuno ya no está, no hay nada que hacer. Su balanza desequilibrada cada vez que la pienso me interpela. Parece que la oportunidad no es justa, pasa veloz dispuesta a favorecer a quien la tome, esa es mi precaria interpretación. No hay que dejar pasar los momentos oportunos.
El futuro es hoy para amar, para estar con los hijos, para trabajar, para poner por obra aquel anhelo, para cambiar de modo de vida. Incluso en momentos de crisis por lo que fuere, una crisis personal, familiar, social, política, puede ser el momento oportuno para una decisión importante o para realizar objetivos pospuestos o generar nuevas condiciones.
El futuro es hoy. Como decía el texto latino: “¡Abraza el día!”
Hay momentos en la vida en que nos hacemos preguntas ineludibles, entre otras, el por qué del dolor, qué sentido tiene lo que hacemos, qué hay después de la muerte. Puntas de iceberg de cuestiones más profundas: ¿quién soy?, ¿adónde voy?, ¿cuál es el sentido de mi vida?
Ni las ciencias ni la filosofía dan respuesta existencial a quién soy y al para qué y destino último de la vida. Aquí es el punto en que hay que reconocer la limitación de la razón humana y abrirse a la posibilidad de otro horizonte donde “aparece el sumando Dios”; entonces las mismas cuestiones adquieren otro significado... (ver más)