Por: Prof. Jorge Ernesto Bernat
En un año como este, tan cargado de preguntas sin respuesta y de ritmos que a veces nos arrastran sin darnos tregua, detenerse a leer a Byung-Chul Han es algo más que una elección intelectual. Es casi una necesidad para ayudarnos a caminar. Sus libros no sólo nos hablan, nos interpelan. Nos obligan, aunque con delicadeza, a mirar lo que a menudo evitamos: cómo vivimos, qué sentimos, y qué dejamos de sentir. En 2025, cuando tantas voces compiten por nuestra atención, volver a un autor que nos invita al silencio, a la pausa y al sentido profundo puede ser, paradójicamente, un acto de resistencia luminosa.
El reciente reconocimiento a Byung-Chul Han con el Premio Princesa de Asturias 2025 ha multiplicado el interés por su obra. En pocos días, las búsquedas en internet sobre sus ideas y libros han aumentado notablemente, con miles de lectores nuevos acercándose a sus textos. Esto demuestra que el filósofo surcoreano, radicado en Alemania, ha sabido conectar con las preocupaciones de muchas personas hoy en día.
Desde aquellos que seguimos sus obras, es fácil ver por qué sus palabras impactan. Han ha creado términos que nos ayudan a nombrar lo que sentimos. Su idea de la "sociedad del cansancio", por ejemplo, es muy conocida. Ya no es alguien desde afuera quien nos exige, explica Han, sino que nosotros mismos nos presionamos para rendir más y más. Como él dice, y recogen muchos artículos publicados en estos días, "el neoliberalismo ha descubierto el corazón como fuerza productiva". En esta "autoexplotación", donde buscamos ser cada vez más eficientes, muchos encuentran la causa de su agotamiento.
Han también nos muestra cómo la tecnología actual, más que solo informar, impacta directamente en nuestro sentir. En lo que podría vincularse a su idea de una "sociedad paliativa", el entorno digital a menudo nos ofrece distracciones rápidas o la ilusión de conexión para evitar el malestar, pero sin resolverlo de fondo. Así, en lugar de procesar emociones complejas o de dedicar tiempo a la reflexión que estas requieren, podemos quedar atrapados en un ciclo de estímulos que, como una anestesia suave, nos aleja de una vivencia más auténtica de nuestro tiempo y de nosotros mismos.
Como lectores, vemos que el premio invita a debatir. ¿Nos da Han sólo un diagnóstico de nuestros problemas o también pistas para vivir mejor? Aunque a veces se le considera pesimista, su pensamiento también valora el "eros" (el amor, el deseo), la "contemplación", la importancia del "otro" y de los "rituales". Son cosas que nuestra cultura, apurada y enfocada en producir, ha dejado de lado. La discusión actual en línea gira mucho sobre si estas ideas son soluciones reales o solo un alivio temporal.
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El premio a Byung-Chul Han celebra a un pensador valiente que nos ayuda a entender las presiones de hoy. Pero su filosofía, más allá de la crítica necesaria, también cultiva un espíritu de esperanza. Nos invita a redescubrir fuentes de una alegría más serena y profunda: la belleza de lo que no persigue una utilidad inmediata, el valor de hacer una pausa para contemplar, la fuerza de las costumbres y rituales que nos conectan y la importancia de encontrarnos de verdad con los demás. Su mensaje, en el fondo, parece recordarnos que, incluso en este mundo tan rápido y demandante, la esperanza se encuentra en nuestra capacidad para elegir y cuidar conscientemente una forma de vivir más humana, tranquila y significativa.
El espíritu de la esperanza, uno de sus últimos textos, plantea que no todo está perdido mientras podamos aún imaginar un futuro distinto. Y eso requiere un cambio en cómo miramos el mundo: no con urgencia ni desesperación, sino con un compromiso lento, casi artesanal, de reparar y cuidar. En tiempos en que el discurso dominante insiste en que “no hay alternativa”, Han responde con una idea poderosa: la esperanza no es ingenuidad, es valentía.
Leer a Han nos ofrecerá reflexiones sociales y personales que pueden ayudarnos a entender y entendernos; seguramente no encontremos recetas rápidas ni consignas brillantes. Pero emprenderemos un camino profundo y, por eso mismo, más difícil; un reflexionar que nos permitirá resistir al aceleré de nuestro tiempo, por ejemplo: volver a creer en la posibilidad de sentido, incluso cuando todo parece desdibujarse. Creer en la esperanza, esa palabra tan gastada, pero que sigue siendo un acto radical, una semilla que puede crecer si la protegemos del ruido, de la prisa, del consumo y de la superficialidad.
Profesor y Lic. en Filosofía. Investigador. Especialista en Educación Superior. Ex Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Cuyo. Se desempeña como Profesor en Filosofía. Actualmente es Asesor Pedagógico en la Policía de San Juan.