Es verdad que a veces nos invade la sensación de que la única certeza es la incertidumbre; lo cual nos obliga al corto plazo, a tener plan a y b)ˆ para cada cosa “porque nunca se sabe qué va a pasar”.
En situaciones como estas lo que menos se necesita son quejas por cualquier cosa y “caras de vinagre”, necesitamos optimismo.
Buscando la historia de esta palabra encontré que fue utilizada por jesuitas franceses en 1737, y que en 1752 la Academia Francesa había aprobado el término con la significación de “lo mejor”.
Sabemos que el mal de cualquier clase que sea, existe y nos afecta; negarlo es absurdo. Ser conscientes de esto ayuda a enfrentar la realidad y ver cómo podemos mejorar las cosas; por el contrario, el pesimismo nos lleva a perder la confianza, a la desesperanza.
Desde la filosofía, pesimismo y optimismo tienen que ver con la concepción de la vida, para unos esta vida es lo peor, nada bueno puede esperarse de nadie (Heráclito, Schopenhauer). Otros entienden que el optimismo es connatural al ser humano que busca y quiere siempre “lo mejor”, por tanto vivir en este mundo es lo mejor (Russell, Leibniz, cuya doctrina fue etiquetada como “optimista” con sentido burlón por Voltaire en su cuento Cándido de 1759).
Dejando los extremos, en la vida se requiere una actitud positiva, optimismo y buen humor. No se trata de un optimismo ingenuo o ilusorio que imagina la realidad mejor de lo que es, o niega los problemas; sino de un optimismo realista propio de una persona que mira la realidad como es, con todas sus dificultades y que conoce sus propias fortalezas y debilidades.
Este optimismo lleva al esfuerzo por superar con medios adecuados los problemas, hacerlo con actitud positiva confiando en alcanzar una meta ansiada y posible; y si ésta no resulta, se revisa, se corrige, y se considera el “fracaso” como un aprendizaje útil para otra ocasión.
El optimismo se cultiva.
Hay que evitar pensar y temer cosas que quizá nunca vayan a suceder; saber dejar atrás las ofensas para evitar rencor o resentimiento; caer en la cuenta que es muy difícil convivir con una persona quejosa, que de todo hace tragedia en la que inexorablemente es la víctima. Hace falta vencer los pensamientos y las emociones negativas (ira, celos, envidia…) que dificultan más la vida, afean el alma y el rostro.
Conviene ejercitarse en mirar el lado bueno de las cosas y de las personas; afrontar cada día como una oportunidad, fortalecer los afectos que dan sentido a nuestras vidas; tratar de descubrir algún talento oculto; levantarnos rápido si caemos, volver a empezar, y reír hasta de nosotros mismos.
“Aún entre las rocas pueden crecer flores”
Ser amables, generosos, agradecidos por tanto bien gratuito, además de mejorar la convivencia, nos dan alegría interior, rejuvenecen el corazón y para colmo de bienes iluminan el rostro.
¡La vida tiene sentido y merece ser vivida!
Reír es propio del ser humano. Tener buen humor es la sal de la vida. Hoy reímos menos y hay escasez de humor, o a veces lo confundimos con agresividad envuelta en ropaje de chiste.
La risa aparece en las primigenias manifestaciones artísticas del ser humano; los dioses griegos que tienen todas las pasiones humanas, ríen; la risa está en algunos mitos y aparece en boca de juglares destapando verdades que se querían ocultar... (ver más)