El mundo cambia vertiginosamente y esto genera incertidumbre. Sentimos que necesitamos un GPS para orientarnos y entender nuevas ideas que de pronto dominan el escenario sin dar tiempo a análisis o críticas. Se nos hace difícil la legítima tarea de intelección de la realidad, más aún si adoptamos una actitud de rechazo “al bulto”, que impide ver lo nuevo como oportunidad para cambios de fondo que hacen falta.
¿Cuáles son los desafíos de este tiempo? ¿Cómo construir a partir de ellos? No cabe dejar fluir, tampoco el gatopardismo. Corresponde ubicarnos en el nuevo mapa para avizorar caminos posibles.
Vivimos en un mundo económicamente globalizado con una visible y preocupante desigualdad, cuyas consecuencias perjudican más a los más debilitados por carencias de todo tipo, porque para ellos escasea todo, incluso las “oportunidades laborales”. También es fácil darse cuenta de que esta desigualdad no es coyuntural sino estructural, y que requiere un replanteo de fondo que mueva a modificar esa situación.
¿No habrá que repensar el paradigma de matriz liberal para tender a una economía que ponga el acento en la dimensión ética de la actividad económica y la prevalencia de la persona sobre el mecanismo de mercado? Quizá habría que “operar un giro hacia una economía social y solidaria”, no excluyente, que incentive la actividad empresarial y procure mayor bienestar social.
Otro aspecto es la globalización cultural, consecuencia de la expansión de la información y del conocimiento, que empodera a las personas y a las naciones. Esta globalización cultural es un desafío para las culturas locales, sus valores, creencias, modos de vida. A la vez presenta nuevos retos para la ética y el derecho como cuáles son los límites para la adquisición y el uso de la información, cómo encarar los abusos cibernéticos contra menores, personas vulnerables e instituciones, entre otras cuestiones a analizar para proteger la dignidad humana.
El mundo está surcado por la violencia y la discriminación de todo tipo; lacras que son transversales a culturas, edades, situación económica, social, aunque afectan más a niños, mujeres y ancianos. Se ha progresado en leyes, en controles, y se han creado mecanismos más rápidos de administrar justicia. Pero pareciera que el problema está en el interior del ser humano, se ha adormecido la conciencia del valor de la vida humana.
De la concepción que se tenga del ser humano dependerá el planteo de los fines, el proyecto de sociedad, de país, de “mundo” en el que queremos vivir. Una concepción individualista o colectivista ya mostraron que son inútiles para construir una sociedad con mayor equidad, igualdad de posibilidades básicas y oportunidades.
El desafío es afrontar los cambios, tratar de entenderlos, discernir valores de disvalores, repensar creativamente y proponer caminos de superación, teniendo como PARADIGMA (así con mayúscula) las exigencias de la dignidad esencial de toda persona.
Desde fines del siglo XX estamos sacudidos por cambios de inusitada magnitud, cuyo devenir cuesta anticipar. Grandes contradicciones se han agudizado y llegado incluso a polarizaciones extremas (comunicaciones avanzadas/analfabetismo; lujos/hambre;...). Se habló de "crisis de la crisis" para significar que todo está en crisis; que se trata de una crisis global que abarca los distintos aspectos de la vida, de un cambio fundamental en el modo de pensar, percibir y valorar, en la manera de ver la realidad. Han surgido nuevos paradigmas.
Paradigma (paradeigma) se llama al modelo para la conjugación de verbos en griego y latín... (ver más)