Hoy se habla de “infancias, adolescencias, juventudes”, así, en plural. Es que no se trata de categorías homogéneas que puedan caracterizarse solo como etapas evolutivas, sino que se diferencian por las diversas formas de vivirlas. Unas condicionadas por el consumo. Otras por la marginalidad y el desamparo viven en condiciones absolutamente insatisfactorias para su desarrollo integral desde todo aspecto, lo cual dificulta también su integración escolar y social. Tienen en común, a menudo, la falta de alguien que se ocupe realmente de ellos. Su mayor carencia suele ser la de afectos genuinos.
Victor Debloc (2006) las caracterizó: “Ambas con una acentuada indiferencia, si no desprecio por la propia vida y la de los demás, sin improntas educativas ni de la familia ni de la escuela, con una notoria superficialidad en los conocimientos que debieran dominar y en la cultura en general, y con una gran vulnerabilidad ética expresada en el trastoque de valores o en la anomia de la conducta o en los problemas cada vez más frecuentes, intensos, extensos de violencia; caprichosos e irascibles, sin límites; son los nuevos sujetos de la educación que ponen en evidencia que algo se nos está escapando…”
Muchos de los jóvenes de hoy, señaló Robert Castell (1995), son “supernumerarios”, “fuera de número”, porque flotan en tierra de nadie, no integrados e inintegrables, carecen de credenciales educativas o para el mundo laboral.
Esta realidad es pluricausal, pero como dice Tenti Fanfani (2000) “cuando objetivamente “no se tiene futuro” porque el mismo presente es incierto, y se vive en situaciones límite, la simple idea de sacrificarse y esforzarse en función de recompensas diferidas en el futuro aparece como algo absurdo y literalmente impensable”. Son sujetos de derechos, pero a veces no pueden o no saben ejercerlos. ¿Qué valor tiene para ellos la estructura normativa de una sociedad a la que no pertenecen?
En la “sociedad del conocimiento” ¿qué sentido tiene para estos adolescentes y jóvenes contenidos educativos pensados para quienes pueden educarse? ¿cómo poner determinados conocimientos al alcance de todos? ¿bastan esos conocimientos para aprender a ser, a convivir, encontrar sentido al estudio, y a la propia vida? También habrá que repreguntarse qué es lo prioritario y cómo abrir caminos de oportunidades educativas y laborales (aunque a veces pareciera no haber relación causal entre educación y empleo).
Este problema no solo es social o educativo, es de base un problema ético, porque está en juego la dignidad humana.
La realidad nos interpela: ¿Qué es lo que se nos está escapando, como adultos, como padres, como educadores? ¿Qué acciones se pueden diseñar? ¿Cuáles debieran estar en las agendas de Gobiernos y organizaciones sociales?
¿O a estos jóvenes los dejamos ahí nomás a la vera del camino sin reconocerlos, salvo cuando ponen en peligro nuestro status quo?
Debloc, V. (2006) Conferencia en la Universidad de Santa Fe, Jornadas por la Ley de Educación Nacional.
Castell, R. (1995) La metamorfosis de la cuestión social, Editorial Paidós.
Tenti Fanfani, E. (2000) Culturas juveniles y cultura escolar.
Muchos sufren discriminación cuando expresan lo que piensan o creen, si va contra lo que piensa o cree “el común de la gente”.
“Lo querían matar los iguales porque era distinto. Si veis un ´pájaro distinto, tiradlo (…) Si veis una rosa distinta, deshojadla (…) Si veis un hombre distinto, matadlo”
“Distinto”, Juan R. Jiménez.
La intolerancia no es nueva, pero aumenta la conciencia de sus nefastos efectos... (ver más)