Parece que tiene que ver con su etimología, pues la palabra “preguntar” provendría del término “percontari”, que es un gancho, un “bichero” que usaban los navegantes para sondear el fondo del lecho, antes de amarrar la embarcación. Por lo tanto estemos dispuestos a preparar arpones ¿¿¿??? Preguntar en filosofía tiene ese sentido: sondear, ahondar en el fondo del tema; de ahí que los signos de interrogación tengan esa forma.
Pero no todas las preguntas son iguales. Las hay correctas e incorrectas. Una buena pregunta es clara, precisa, pertinente; por tanto no es ambigua, no incluye la respuesta, ni se basa en falsos supuestos; no es capciosa, está animada por el deseo de saber sobre lo que pregunta.
Solo el hombre pregunta, las preguntas hacen a la vida cotidiana (dónde, cuándo …). Sin preguntas no habría conocimiento científico, y son esenciales para el filosofar. Las preguntas propias de las ciencias dan lugar a seguir indagando, a buscar sólidas razones o formular hipótesis; y hay preguntas filosóficas orientadas al ¿qué? ¿por qué? y ¿para qué? últimos de las cosas; a pedir razones de lo que se dice, de la consistencia de una afirmación, de la inferencia en un razonamiento, preguntas que apuntan al pensamiento crítico; otras al pensamiento creativo y al ético.
Filosofar es preguntar, es hurgar en la realidad, averiguar el por qué y para qué de todo. El humano se pregunta todo el tiempo el por qué del mundo, de sí mismo, de lo que no entiende, se pregunta por el destino y hasta por lo divino. Son preguntas insoslayables y encuentra algunas respuestas en el mito, la religión, la ciencia y la filosofía.
Un niño pregunta todo porque se asombra de lo que ve, y quiere saber. Tiene tres actitudes elementales del filosofar: el asombro, la pregunta y el deseo de saber. Los adultos preguntamos cuando dudamos y queremos llegar a la verdad que nos inquieta. Y esto tiene que ver con la otra etimología de “preguntar”; que provendría de “prae cunctari”, (prefijo y verbo); éste significa “vacilar” (la duda exige preguntarse para tratar de llegar a la verdad). Descartes uso la duda como método para el filosofar.
Sócrates, a quien conocemos por los escritos de su discípulo Platón, fue el maestro del preguntar filosófico. No enseñó filosofía, sí ejercitó con los jóvenes el filosofar, el examen racional de distintas cuestiones a través del diálogo, de preguntas y debate de argumentos sobre qué son las cosas (esencia) y los para qué (fines); exigió buenas razones en las respuestas y usó repreguntas para ahondar en el tema hasta pulir un concepto que permitiera definir lo que la cosa es. O sea, usó con maestría “el bichero”. (Recomiendo leer el atrapante diálogo entre Sócrates y Trasímaco, típico sofista, sobre “la Justicia”, en el Libro I de “La República” de Platón).
¡Qué valiosas son las etimologías! En ellas palpita no sólo el origen de las palabras, sino encubren algo sobre el ser de las cosas que clama ser develado.
Aristocles era un joven de “espaldas anchas”, omóplatos salientes, de ahí que sus amigos le pusieron de apodo “Platón”, y así quedó para la historia. Platón había aprendido y ejercitado con su maestro Sócrates el método para reflexionar sobre un tema.
El método socrático consistía en debatir el concepto que daba uno y rebatir sus argumentos a fin de ayudar al joven interlocutor oponente a descubrir por sí la verdad. Ese método tenía tres pasos claros... (ver más)